Boicot. Ni un disco, ni una película, ni una entrada,
ni un voto



Describir el paisaje no es difícil. Una industria moribunda acostumbrada a una cuenta de resultados opípara; un Gobierno inepto, pero con toda su capacidad represiva; y una sociedad hastiada de perder derechos, uno tras otro. Podríamos hacer una lista.

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Mientras algunos, por nacimiento, tienen la vida resuelta (los partidos, como las productoras de cine y las discográficas, son familias), el resto tiene que aguantar un paquete dickensiano de recortes sociales, inédito en nuestra breve democracia, bajo la amenaza de los llamados mercados, donde nuestro país está en venta. Así, podemos enorgullecernos de los flamantes recortes en los sueldos de los funcionarios, en las pensiones, en el coste del despido, en la prestación por desempleo y, ahora, en la libertad de expresión. Todo lo anterior nos lo han explicado como medidas de ahorro, como una forma de que los que compran nuestra deuda nos tomen en serio, como un mal necesario. Han mentido, pero al menos se han atrevido a mentir. El caso de la libertad de expresión es más oscuro.

Una industria en decadencia, como la de las estrellas del rock o de cine, acude llorando a una potencia extranjera, que coloca a nuestro país en una lista negra, el Informe Especial 301, y que usa todo el aparato de su Embajada para hacer que todos y cada uno de los partidos políticos se bajen los pantalones, uno detrás de otro. Uno de ellos, el PSOE, que, en connivencia con el grupo de la ceja y supuestamente como pago por su apoyo, nombra máxima autoridad cultural en nuestro país a la guionista Ángeles González-Sinde, presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, y autora de la fatídica Mentiras y gordas, entre otras perlas. Todo, al fin y al cabo, para regocijo del cartel de la industria cultural. Otro, el PP, que se envuelve en la razón de Estado y acoge la Ley Sinde como dogma de fe después de  echar sapos y culebras por la boca. Qué raro, los intereses de la industria vuelven a salir ganando.

Comisión de propiedad intelectual
Mientras, las entidades de gestión de derechos cometen tropelías tales como infiltrar espías en las bodas, entrar sin orden judicial en domicilios particulares o montar procesos simultáneos por lo civil y por lo penal sobre la misma causa. Los voceros de la industria del entretenimiento llaman vacas, piratas, ladrones y terroristas, por citar los calificativos más suaves, a los internautas, cuya única culpa es no poder ni querer pagar los precios absurdos de una entrada de cine o de un CD, más aún teniendo en cuenta la calidad de los productos que ofrece el sector.

Nuestros políticos obedecen. Ofrecen a la industria mayor brevedad en los procesos judiciales contra los sitios web que contengan enlaces, haciendo como que no saben que en una hora otros cientos los sustituirán. Los enlaces, que se cortan y se pegan sin piedad en la Red, hacen que en un clic estemos en otro país, en otro planeta, hacen de Internet lo que es. Por supuesto, se enlazan obras con o sin copyright de manera indiscriminada. Por otra parte, y como dijo hace poco David Bravo, la propiedad intelectual se utiliza constantemente para tapar bocas. Citó el caso de Telecinco, que la usó para que Sé lo que hicisteis dejara de ridiculizar su bazofia.

Expolio cultural
Pero volvamos a las obras culturales. Muchas de ellas están descatalogadas, no se venden. Hay gente que subtitula, mejor o peor, sus películas preferidas, series que no llegan a España, obras que llevan décadas sin aparecer en ningún medio de pago. Muchas veces las multinacionales recuperan estas obras y usan subtítulos similares a los que colgó un aficionado de manera desinteresada. En este caso, copiar no es robar. Y ellos no roban, no. Venden, en este caso, el trabajo ajeno. Y ese es el núcleo. El consumo. Somos unidades de consumo. Tanto tenemos (la mayor parte, las migajas del sistema), tanto vamos a gastar en vida en comida, en vivienda, pero también en banda ancha, en el cine o en un concierto, hasta que muramos y dejemos el extraño privilegio de comprar a las nuevas generaciones.


Nuestro voto también es dinero. Es el sueldo que pagamos a los diputados, a los senadores, a los ministros que, como Ángeles González-Sinde o Miguel Sebastián, no dudan en emplear estrategias represoras para hacer que compremos, que paguemos, mientras con la otra mano permiten que perdamos, día a día, poder adquisitivo. El caso es estrujarnos, que abonemos el peaje por estar vivos, o bien que tengamos miedo al conectarnos a Internet. Debemos comprar entradas, palomitas, discos, DVD. Debemos pagar sus sueldos, maravillarnos de sus aviones privados, de sus cenas, sus coches de lujo. Esto se aplica tanto a la farándula como a la política. ¿Sabéis a lo que nos recuerda? A las monarquías absolutas, por ejemplo, de países de Oriente Medio, donde la hija del sátrapa de turno llega a su boda en un Rolls-Royce con carrocería de oro, lo que hace caer la baba del súbdito que vive con menos de un euro al día, al ver el lujo con el que se adorna la bota que le pisa el cuello.

¿Qué hacer? Nada más fácil. Dejar de comprarles cosas. Desde aquí, declaramos un boicot indefinido e irrevocable contra la industria cultural y contra la industria política. Los impulsores de la ley más vergonzosa de tantas leyes vergonzosas que nos han hecho tragar no merecen nuestro voto. Condenamos al PSOE, al PP y a CiU al ostracismo. No hay que confundirse. Ni viene la derecha, ni viene la izquierda. Solo son marcas del pensamiento único. Votar a uno de esos partidos es como lamer las huellas del Rolls de oro del sultán, es un grito patético de sumisión, una vuelta a la Edad Media, un suicidio colectivo tan evidente que debería estar tipificado como delito en el Código Penal.

Los mercados y Berlusconi
Asimismo, comprar entradas de cine, ir a un concierto de aquellos que nos insultan, de los que nos escupen en la cara, de esos imbéciles cuyas canciones vomita día a día la televisión como si fuera la velina bulímica de Berlusconi, es casi tan idiota como lo anterior. Y comprar esas canciones alienantes, películas con guiones que parecen salidos de una mente lobotomizada, para conservarlas en trozos circulares de plástico en la estantería, ya es la bomba. La mayoría no merecen ni el tiempo que tardaríamos en bajarlas. Pero pagar por ellas pertenece al campo de las ciencias ocultas.

Los hechos nos dan la razón. ¿Vamos a seguir votando y comprando bienes y servicios a estos ineptos malintencionados? En esta redacción, solo esta vez, tenemos la respuesta. De ninguna manera.


Viva el mal. Viva el acerbo cultural. Viva Unter den Linden. Viva González-Sinde.

PS: ¿No tenéis suficiente? Mirad las iniciativas en marcha, arriba en la columna de la derecha.
¿Eins?

Sobre las animadoras

¿Quién no quiere salvar a una animadora?
    Comentarios

5 comentarios :

  1. Tengo una gran propuesta, MISION BACKUP.
    Consiste en copiar las mejores webs de descarga completamente, como lo que hicieron con wikileaks, si quereis mas infroamcion de como hacer una mirror igualita decidmelo y subo el programa

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  2. Magnífico, Alejandro ^^

    No van a dar abasto, jeje.

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  3. http://www.httrack.com/page/2/en/index.html

    Ahí teneis, para todos los sistemas de operativo, solo poner la web a copiar y la copiara , clao que para hacer unas cuantas cosillas como modificarla o cualquier virgueria tendra que saber un poco de edicion web

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  4. Gracias. Pronto habrá mucho que hacer (:

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  5. Cinetube casi copiada ^^
    Me han dicho que el PP y el Psoe votaran a favor de la ley sinde ....

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