Ángeles González-Sinde y yo. Once.
El 90% de las paellas



Solo es el principio.
Hoy viernes, día festivo para los árabes, ya sí que sí con Mubarak a punto de caer, o casi, nos gustaría preguntarnos por dónde pasa la solución final. Nos envolveremos en la bandera del buenismo pueril, de la buena intención, y haremos un aparte en la lucha final. Mañana sacaremos los tanques a la calle, claro, y daremos información a todos aquellos que quieran tomar partido en los festejos.

Antes vamos, todos juntos, a comer paella. El otro día, escribiendo la entrada Nominados, cuando citábamos a Rodrigo Cortés, director de Buried, nos dimos cuenta de algo. Volvamos a la cita:
"Somos un país de acomplejados y eso filtra en todo. El 90% de las películas que se hacen son malas, del mismo modo que el 90% de las paellas que se cocinan son malas."
La industria del cine.
El cine contra el siglo XXI

Paellas, películas y negocios. Debemos preguntarnos por qué somos un país de acomplejados, y por qué las paellas son tan malas. Hablemos del negocio audiovisual. En España hay muchísima gente que paga sesenta o setenta euros por una plataforma audiovisual de pacotilla que incluye películas, series americanas, fútbol (pagando quince euros más) y, claro, toros. Hablamos del moribundo Canal+. Luego tenemos las telefónicas y las compañías de cable, que ofrecen una especie de TDT 1.0.5 (lo que no es ni 1.1) previo pago. Esto, como el ladrillo, es el típico intento de forrarse en poco tiempo.

Un botón para dominarlos a todos.
En ambos casos el usuario recibe más oferta televisiva. En el primero es muy cara y en el segundo, muy mala. Pero los dos tienen un defecto, y es que la película o la serie en cuestión hay que verla adaptando el tiempo libre del usuario al de la programación. Eso es, sencillamente, inviable. Si el usuario debe pagar de más por una oferta que no puede ver en cualquier momento, acabará descargando su serie en SeriesYonkis para verla cuando y en el dispositivo que le apetezca. Primera paella mala.

Mientras tanto, por seis euros al mes, los estadounidenses disfrutan de Netflix, un videoclub online con tarifa plana. Ya incluso los mandos de televisor incorporan un botón Netflix. ¿Ciencia ficción? Nada de eso. La diferencia estriba en que el público, en vez de pagar diez euros por una cuenta Premium en Megavideo, paga seis a Netflix y todo el mundo gana.

Libros para un mundo sin papel

El otro día nos encontramos con el fabuloso artículo que el escritor de fama internacional Juan Gómez-Jurado publicó en ALT1040, La piratería no existe, que a su vez provocó que Alejandro Sanz le retara a ofrecer su obra gratis, lo cual hizo. Puso a disposición del usuario, gratis total, su novela Espía de Dios (la podéis descargar aquí). La historia la cuentan con una síntesis exquisita en ubikblog (Ubik, de Philip K. Dick, novela que leí por casualidad, es una de mis favoritas). Además, el autor instó a los usuarios a donar un euro a la ONG Save The Children, lo cual ha sido un éxito mayúsculo. La campaña #1libro1euro inunda en este momento Twitter:


A la gente no le importa pagar un euro a una causa humanitaria, e incluso al autor que le proporciona el placer de la lectura, por la primera novela de un escritor que ya ha publicado unas cuantas. El portal español de libros electrónicos Libranda, el infierno de un comprador que parece decirle "vete a la tienda, compra el libro en papel y al menos puedes ponerlo en la estantería", es nuestra versión del Kindle de Amazon, donde parte del catálogo se ofrece a un euro (las novedades cuestan siete, mientras que en Libranda cuestan lo mismo que en papel y vienen con DRM), y muchos libros son gratuitos. ¿Hacemos o no hacemos paellas asquerosas?

Groove a precios populares

¿Arte?
En cuanto a la música, las discográficas, editoriales y productoras siguen pensando que somos idiotas, que seguiremos comprando discos aunque los discos no existan, y solo porque Bisbal y Alejandro Sanz tienen un arte que no se puede aguantar (las pirámides vacías, y yo con estos pelos). Ese modelo Julio Iglesias funciona muy bien con las señoras y señores que van al Rocío. Pero incluso con los hijos de esas señoras, no cuela. Más paella de mierda.

La gente quiere lo que quiere, lo quiere rápido, y lo quiere de calidad. Si todo eso es posible a un precio razonable (ya que no hay ni que quemar los CD, imprimir las portadas ni transportar el conjunto a la tienda) y se lo ofreces, lo cogerá. No todos somos Radiohead, pero es que nadie se mueve. ¿Cuánta gente ha descargado Espía de Dios? En las primeras horas, cuatro mil. Puede ser una estrategia de marketing (a este autor no lo vamos a ver nunca con los mismos ojos), pero funciona. Y esa es la base. Lo real, lo funcional, existe. Lo otro, no.

Arte.
La paella mala se come la primera vez. La segunda, uno ni se acerca al plato. Si comparamos la industria musical con el turismo, los años de bonanza las discográficas han vivido de timar al guiri, de cobrar veinte euros por un CD, pero es que el CD de U2 tiene una calidad, el grupo tiene un empaque... Por favor. Los mitos son mitos. Bien, aparte de nuestra animadversión por U2, que está muy bien, y nuestro amor por The Beatles, grupo que ha mantenido su catálogo fuera de iTunes por un pleito del Pleistoceno de más de un milenio, hay que buscar el mercado, el precio justo, ese euro que no te importa pagar para no tener que incluir tú mismo las portadas en el iPod, para no ordenar las canciones, para que la música salga ya por los altavoces, que el mundo se acaba y hay que mover el culo.

¿Es posible la paz?


La cuestión es que todos salgamos ganando. Las oportunidades de autopromoción y distribución de un artista en Internet son infinitas. Un anuncio en Facebook no es muy caro, y puede dar a conocer una obra en todo el mundo, teniendo en cuenta que Facebook es el mundo. También hay grandes posibilidades de distribución, con tiendas como iTunes a las que los artistas pueden acceder sin necesidad de intermediarios.

El cine se se ha convertido en una actividad de lujo, igual que una caja con dos vinilos, DVD, libro con letras de canciones y fotografías de la grabación de un álbum, o un libro de pasta dura. Por eso hay que cuidarlo. Las salas deben estar controladas por personas, no por ordenadores. Que el sonido de una sala se robotice de pronto y se convierta en un disco de Aphex Twin (experiencia que hemos sufrido más de una y más de dos veces) sería inaceptable incluso si la entrada no costara más de siete euros. Al contrario de lo que piensan algunos, la gente no va al cine a ver lo nuevo de, sino a estar dentro de algo, a hacer lo que no puede hacer en casa. No se puede llevar a la gente a la sala a punta de pistola. Lo único que hay que hacer es ofrecerles algo legendario, algo de lo que quieran hablar, en definitiva, en palabras de André Breton, algo maravilloso.

Vamos a imaginar que los contenidos de los artistas consagrados desaparecieran de la Red. Nadie podría descargar nada, pero seguiría existiendo mercado. Pronto surgirían, como están surgiendo, otros, quizá no tan soberbios ni tan imbéciles, dispuestos a ocupar su lugar, dispuestos a compartir su obra para que la gente la adore, la quiera en sus manos, la compre. La paella mala solo es paella mala, Mubarak está en su bunker y tiro porque me toca.

El mundo cambia, la gente no se duerme. Hay que mover ficha.
¿Eins?

Sobre las animadoras

¿Quién no quiere salvar a una animadora?
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1 comentarios :

  1. Algún día, los discos de U2 brotarán de las ramas de los árboles. Al pincharlos, saldrán en las paredes unas manchas donde podrán adivinarse los rasgos de Bono, y todo olerá a ego y a éxito. Como en Bélmez.

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