Los libreros y el ebook en la biblioteca de Babel



Esta mañana nos hemos desayunado con el largo artículo de Juan Cruz en El País digital "¿Qué será de las librerías?", tan recomendable como cualquier otro texto, y que podéis leer, supongo, en papel, en la pantalla de vuestro ordenador, en vuestro libro electrónico, tablet o teléfono móvil. El autor del texto parece intentar la vía sentimental, la de la librería como centro de subversión, como centro del mundo, en palabras de Luis Landero. No queremos ponernos metafísicos en viernes santo. El ombligo del mundo es un tema de lo más controvertido, sobre todo desde que la Tierra no es el centro del Universo, así que vamos a dejarlo de lado, por ahora.


La librería, ese lugar donde el ser humano, sobre todo en épocas de oscuridad, acudía a conocer el secreto, a la caza de lo insondable, a empaparse del olor de los libros, de la tinta, de las diferentes ediciones, de las traducciones, de la tapa dura, del libro de bolsillo y, claro, de libros prohibidos, de palabras que debían pronunciarse en voz baja, sobre todo en la época en la que aquel enano saltarín de Ferrol era dueño y señor de nuestro destino. Juan Cruz nos cuenta que las librerías, y los libros (las estanterías no tenían nada que ver), eran atacadas por grupos de nostálgicos del régimen, allá en lo que los defensores del actual se empeñan en llamar la transición. Nos explica, como si fuéramos infantes, que el totalitarismo es enemigo de la cultura. 

Búsqueda de una obra.
Más adelante, y eso sí lo hemos conocido, el librero también era el guardián del secreto. En la era analógica era completamente imposible localizar una obra sin su ayuda, especialmente si no conocíamos la editorial, el año, la ciudad y, si nos apretaban, el ISBN. La biblioteconomía era la llave de la segunda puerta, tras abrirse, muerto el gallego, la del Finis Africae y todos sus textos otrora venenosos. El librero era de gran ayuda a la hora de adquirir una obra casi desconocida, de descubrir otro mundo. Mientras tanto, muchos mortales nos peleábamos con las fichas de la biblioteca de la universidad y con las de la biblioteca municipal, pero siempre estaba el librero, que nunca ha sido solo un vendedor de libros.

Libros y nostalgia. Por supuesto, percibimos cierto aire nostálgico en las palabras de Cruz y en las del autor de Juegos de la edad tardía, que han vivido, como nosotros, pobres ignorantes, momentos memorables con un libro en la mano, imaginando mundos, oliendo tinta y, de paso, aprendiendo a poner comas, a medir los tiempos, a crear tensión, a respirar el texto. Escribir es leer al lector, y es ser lector. Asimismo, hemos vivido la lectura en la librería, hemos encontrado obras en las mismas estanterías (leer la biografía del autor en la enciclopedia no era tan atractivo), igual que hemos descubierto películas en el videoclub, y discos en las tiendas de discos. Sin embargo, donde las librerías nos han tocado a todos es en el trato con los libreros, personajes que, al contrario que los bibliotecarios, suelen tener algo en común, y es que tratan un producto, en principio comercial, ya no con amor, sino con devoción.

Parte de bajas.

Valga lo anterior para los que piensan que somos ayatolás, talibanes o paladines del nacionalsocialismo que desean quemar el libro en papel en una pira junto a los editores y los libreros y respirar el humo de la victoria en una sociedad, al fin, libre de cultura. Ahora, la parte carnosa del muslo.

Las librerías independientes han sobrevivido a la irrupción de sus hermanas mayores y de las grandes superficies por varias razones. En primer lugar, el trato personal del librero, que es capaz de remover cielo y tierra en pos de una obra que no tiene y, en pocos días, nos facilita el tesoro perdido, casi descatalogado y rescatado de Dios sabe qué almacén. En segundo lugar, las grandes superficies dejan mucho que desear en cuanto a catálogo y, si bien tienen más medios, la venta de libros es, para ellas, un asunto más marginal que la de dedales. En tercer lugar, en muchos núcleos urbanos sin grandes superficies sí que hay buenas librerías.

En este momento, el gran caballo de batalla es el libro electrónico. Las editoriales tienen miedo de la autoedición, y las librerías, de la venta directa en portales como Amazon. Es, más que miedo a la piratería, miedo a la llamada desintermediación, en palabras de Montse Moragas, de la librería Laie de Barcelona. Esa es la clave. Hemos dicho que el librero es algo así como el maestro de las llaves de la cultura, capaz de buscar una obra si tenemos cuatro letras del título, aunque sean las últimas.

A mí esto me recuerda a algo. Desde que el mundo es Internet e Internet es Google, entre buscar una obra, encontrar quién la ha editado, cuándo, dónde, pedirla por correo o descargar el ebook, echarle un vistazo y ver si merece la pena, median cinco minutos, y ningún intermediario. Es triste, es impersonal, pero es real. Tan real que da vértigo. El mundo ha cambiado, y mucho. El librero ya no es el maestro de las llaves, ni la editorial es la guardiana de la puerta. Por suerte, no vivimos en un mundo de oscurantismo en el que tenemos que manosear fichas con la tinta gastada para descubrir en qué libro está un poema del que solo conocemos un verso, quién lo escribió, para quién y por qué. Ese tipo de datos ya está por todas partes. No hay secretos salvo los que no queramos poner en ceros y unos, y tenemos que lamentar que eso ya no existe. Había un mafioso que escribía sus órdenes en pequeñas notitas que pasaba a sus soldados. La prueba que acabó condenándole fue uno de esos papelitos. Ahora, todos somos el Gran Hermano y todos somos Winston Smith. El mundo es como un palco en la ópera.

¿Las animadoras?

Una queja que se repite cae sobre la consigna de acabar con el libro de papel en pos del nuevo libro electrónico. No sabemos si habéis probado la lectura en un libro con tinta electrónica, pero es increíblemente cómoda y práctica, aparte de una solución portátil y razonable en el mundo actual. Entonces, ¿hay que acabar con el libro de papel? ¿Queremos que eso ocurra? Pero, sobre todo, ¿hay algo que se pueda hacer si no es así?

Una animadora.
Hay una diferencia fundamental entre el libro comprado en una librería y el libro que pedimos prestado en una biblioteca, o descargamos para leer en el ereader. Voy a exponer mi punto de vista. Muchos de los libros que he leído, más que comprarlos, los he encontrado en bibliotecas. Las bibliotecas municipales y universitarias, sus fichas y sus estanterías han hecho la función de librero. Más adelante, he podido consultar el catálogo por ordenador, y he sacado libros de autores que no conocía y que descubría por casualidad. Lugares menos personales que las librerías, las bibliotecas siempre han tenido, para mí, el placer de lo efímero, de lo que no he tenido.

Entonces, la diferencia entre un ebook (o un libro de nadie, que cogemos de la biblioteca) y un libro propio es el objeto en sí mismo, y su posesión. Si queremos tener, sentir en nuestras manos el libro como objeto (no en vano se venden simulaciones de libros para rellenar estanterías), el libro de papel es ideal. Un libro puede regalarse, puede recordarnos algo, puede leerse, adornar una estantería o servir de apoyo a la pata de una mesa. Es, al fin y al cabo, un objeto, una posesión, y tiene el valor que queramos darle, que no es poco.

Old school.
El libro electrónico, igual que el libro prestado, tiene el valor del contenido, lo que leemos en el momento que lo leemos. Quizá lo tengamos en nuestro reproductor, o no. El caso es que, mientras lo estamos leyendo, nos absorberá igual que su antepasado en papel y, de algún modo, seremos el libro. Sabemos que es raro no poder tocarlo, pero las palabras, las mismas perras negras de las que hablaba Cortázar, serán las mismas.

El caso es si queremos tener algo o queremos usarlo, si deseamos el objeto, lo que contiene o las dos cosas. En el primer caso y en el último, nos  decantaremos por la edición tradicional, dejaremos que Guttenberg siga haciendo su trabajo, daremos vía libre a las editoriales, a los libreros, sus pompas y sus obras, y el mundo seguirá lleno de estanterías, de pesados libros en pasta dura, de pequeños libros de bolsillo, de manuales, revistas y panfletos.

Para ello, los editores deben hacer un trabajo apetecible y, en eso, el pequeño editor tradicional, es decir, el artesano, puede vivir un momento dulce post ebook. La editorial que hace libros como churros, la librería que parece un supermercado, la Fnac, la gran superficie de la llamada cultura, tiene todas las de perder. Si tenemos que hacer una predicción, nos gusta pensar que ganará el underground en papel y el mainstream en digital. Tener en las manos el último éxito de Dan Brown no es comparable, por ejemplo, a una edición artesanal con tirada de mil ejemplares de La biblioteca de Babel de Borges, con el mapa de la biblioteca que luego hizo célebre Umberto Eco en El nombre de la rosa en la contraportada.


Si queréis nuestra opinión, somos más de contenido que de continente, preferimos que no ocupe espacio y, si puede ser portátil y no hacer tanto daño a la vista como la pantalla en la que escribimos ahora mismo, y tener una batería casi eterna por obra y gracia de la tinta electrónica, le rendiremos culto como a un dios.

A los autores, por lo tanto, les toca ponerse las pilas y entrar en el misterioso mundo de la autopublicación. Así dejarán de percibir un porcentaje ridículo de las ganancias de su obra. Por otra parte, deberán desarrollar al máximo sus habilidades para el comercio electrónico o buscar a un community manager que les haga el trabajo.

Los editores deben enterarse de una vez de que la gallina de los huevos de oro en virtud de la cual podían cobrar veinticinco euros por la edición en pasta dura de una novela, libro de seiscientas páginas con letras de paso doce y peso digno de un fisioculturista, se ha muerto. Deben ofrecer un producto exclusivo, valioso como continente aparte de su contenido, que pueda ser objeto de deseo. Así podrán obtener sus veinticinco euros y tendrán clientes satisfechos. No obstante, no parece que la industria del libro vaya a dar pasos en esa dirección, al menos a corto plazo. Aún no hay suficiente cuota de ebooks y, cuando la haya, nos tememos que será demasiado tarde.

En el caso de los libreros, deben entablar relaciones con la verdadera artesanía, con pequeñas editoriales que editen a autores noveles que, aparte del formato digital, hagan una apuesta por un libro físico diferente. Así, si se convierten en centros de la cultura local, de lo que no cabe en el Kindle, ganarán la partida a las grandes superficies donde estas no pueden llegar. Si eso no funciona, lo sentiremos mucho, pero la intermediación dejará de tener sentido.

23 de abril. Se nos había olvidado recomendar una lectura, y hoy no debería faltar tal cosa. Lo mejor, en caso de duda, es The Right  to Read, de Richard Stallman. Si preferís la traducción, también la enlazamos.


Ahora sí. Viva el mal, el Zotal, el ocaso cultural y el libro inmaterial. Saquearé el acerbo literario y lo convertiré en binario.
¿Eins?

Sobre las animadoras

¿Quién no quiere salvar a una animadora?
    Comentarios

3 comentarios :

  1. La máxima sería: renovarse o morir. Desde que el mundo es mundo, la tecnología ha implicado un avance y ello conlleva desde siempre perder unas cosas y ganar otras. Si pensáramos, como esa panda de insustanciales, que las cosas deben quedarse como están, ahora mismo nos calentaríamos en torno a una hoguera, araríamos los campos tirando nosotros mismos de un arado o cualquier otra cosa típuica del neolítico.
    ¿Qué pretenden?, lo de siempre: no es salvaguardar la cultura sino vivir del cuento. Digo yo que si a mí me dieran un sueldazo y una pedazo de casa en la que ubicar una biblioteca gigante, compraría libros a diario y los devoraría de mil amores, pero como no lo hacen, pues no lo hago. Yo, a seguir con mi ebook, que no ocupa nada de sitio y que está lleno de libros gracias a un montón de personas que creen que la cultura debe estar al alcance de todos sin imponer un precio. De hecho, necesutaría cientos de años para leerlos a todos (una buena excusa para no morir nunca).
    Vamos, que los que quieran ganar dinero, se busquen la vida currando como todo hijo de vecino, seguro que no son capaces ni de leerse una octavilla mientras se les llenan las bocas de palabras como cultura, lectura, humanidad, ... de las que desconocen su significado.
    Muy buen post y perdona la chapa ;P

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  2. Vistas las faltas ortográficas que he cometido a la hora de escribir algunas palabras, estoy decidida a quemar mi ebook, tirar mis libros, renegar de la biblioteca y dedicarme a escuchar la COPE ... que ahí sí que saben de cultura y de información, total paqué boy a leher ...

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  3. Muchísimas gracias por leer y por escribir ^///^

    Por cierto, las erratas no son faltas de ortografía, así que la COPE ha perdido una oyente que no se esperaba. Bueno, lo que han perdido los obispos lo ha ganado tu ereader ^_-

    Es cierto lo que dices. Veinticinco euros por un libro en pasta dura es un poco reírse del personal. También es cierto que nunca podremos leernos todos los ebooks que tenemos en el reproductor, que son, además, muy rápidos de descargar. A mí no me importaría pagarlos a un precio razonable, sabiendo que pagaría a los autores directamente, y que disfrutaría muchas horas de ellos.

    El problema es que eso, en nuestro país, no existe, por culpa de las editoriales, lo que hace que no compremos libros electrónicos. Y lo de abonar diecinueve euros por un PDF cutre no está ni en los sueños más húmedos de los editores. Pasa lo mismo con las películas. Conozco a mucha gente con una cuenta premium de Megaupload a la que no le importaría pagar lo mismo a la industria de contenidos por acceso ilimitado.

    Volvemos a lo de siempre: precio justo, facilidad de uso y cuidado del consumidor. Mientras eso no exista, tú y yo seguiremos devorando libros gratis total en nuestros reproductores. La vida es taaaan dura :P

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