Poder



Lenin publicó Qué hacer en 1902 en la Rusia imperial.
Casi un mes y tenemos algo que decir. Después de un verano en el que no hemos dejado de sorprendernos, desde el cierre a cal y canto de Sol hasta las detenciones de la otra cúpula de Anonymous en Estados Unidos, donde el Tea Party casi hizo saltar la economía mundial por los aires mientras Clinton se tiraba de los pelos y Obama miraba; después de todas las cargas policiales; de una visita del papa que ha sacado a pasear a la caverna al completo; después de leer cómo Daniel Domscheit-Berg, fundador de OpenLeaks a sueldo, según Assange, del FBI, borra los archivos secretos del Bank Of America dejando #OpBOA en casi nada (LulzSec se encargará sin duda de eso); después de debatir con aprendices de verdugo sobre si la porra extensible es legal, reglamentaria, la dan de dotación o se la meriendan cada día los miembros de la UIP; después de ver cómo el Gobierno, tan socialista y obrero, se carga la sacrosanta Constitución, que se ha convertido en un clavo ardiendo, y la pliega a voluntad, como hacía Romanones con las leyes, para molernos a palos; de recibir críticas y aplausos de amigos y enemigos; de ver fanáticos en todos los bandos posibles, nos preguntamos, como aquel ruso tan serio que acabó con la Edad Media, qué hacer.

Hemos hecho esa pregunta en muchas ocasiones, y nadie sabe la respuesta. Imaginad que hemos ganado la guerra de la información. Ahora todo el mundo conoce los secretos de la diplomacia norteamericana y cómo se las gastan en sus guerras de conquista. Podemos ver, YouTube mediante, hasta el último golpe que los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado dan a ciudadanos indefensos, que sabemos que serán denunciados por atentado a la autoridad, que nunca pagará el pato porque es la autoridad y no tiene nombre, apellido ni número de placa:

Encontrado en foros policiales. Número de placa, por favor.

Nos quedaremos sin tiempo para ver vídeos, colgarlos en las redes sociales y verlos de nuevo manipulados en la televisión pública, como pasó ayer mismo. Participaremos en ataques DDoS, manifestaciones, asambleas, seremos felices porque sabemos que tenemos razón, que no podemos fallar, que la verdad está de nuestro lado, el emperador está desnudo y todo el mundo lo puede ver. Está, como dice Steve Jobs, a un clic del súbdito, del ciudadano anónimo que mira tras la careta de Internet, nuestra querida bestia sacrosanta y tan anónima como queramos que sea hasta que deje de serlo.

Bien, ahora vemos, nos tomamos la pastilla roja y la realidad se nos muestra clara, como el agua cristalina, más clara que el azul radiante de una mañana de verano. Alex, nuestro drugo de La naranja mecánica, quiere ser de la UIP:



Pero no os vayáis, que esto no se acaba, colorín colorado y la guerra hemos ganado. No hemos tomado el palacio de invierno ni cercado la guarida de Gadafi, ni nos hemos comido a su hijo. Todos conocen la verdad, pero la verdad no cambia las leyes, no es una asamblea constituyente. La verdad no toma el poder. Y a ese concepto, al del poder, queremos llegar.

Memes y drama.
De todas las definiciones posibles de este sustantivo que nos da la Real Academia, nos podríamos quedar con la segunda, "gobierno de un país". El gobierno del Estado español lo ejerce el Gobierno. Parece una estupidez, pero quienes mandan cargar a la policía, decretan las llamadas medidas necesarias (o deberes, o ajustes para contentar a los mercados), son los miembros del Gobierno, que nombra el presidente, que elige el Parlamento, que elegimos cada cuatro años por circunscripciones en listas cerradas previamente por los partidos políticos.

Este ejerce la "suprema potestad rectora y coactiva del Estado", sexta definición del afrancesado órgano de gobierno de nuestra lengua. De este modo, el Estado, en la práctica el poder ejecutivo, dirige a los ciudadanos y coacciona al pueblo para que cumpla los decretos del Gobierno y las leyes que sanciona el Parlamento, elegido en listas (cerradas por los partidos políticos) por circunscripciones, eso sí, en sufragio universal, que no hay que ser doctor para votar al PP o al PSOE. Incluso nos permiten votar a los bolcheviques de IU que, siempre que no ayuden al PP a obtener lo que le corresponde por derecho divino, asistirán al PSOE para evitar gobiernos de derecha (Cayo Lara es un sabio). O a los nacionalistas, suerte de irreductibles galos que, gracias al sistema D'Hondt, cuentan con poción mágica suficiente para equilibrar la balanza y obtener competencias que hoy, mira por dónde, nadie quiere por deficitarias. De este modo, vosotros votad, que ya harán lo que crean conveniente, o lo que les dé la gana.

No basta con luchar contra el poder.
Hay que cogerlo del pescuezo.
Así las cosas, llegamos a la primera definición de la RAE. Nosotros, el pueblo, no tenemos el "dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo", que sin duda, y por narices divinas, corresponde al poder ejecutivo. El poder lo puede todo y, sin el poder, no eres nada.

Ya puedes acampar en la Puerta del Sol, organizar un DDoS contra la web del Bribón, yate del Borbón, contra los perros de la reina de Inglaterra o el genoma de las semillas de Monsanto. Lo único que vas a conseguir es aparecer saludando en YouTube bajo la porra de un analfabeto que hace cincuenta dominadas sin despeinarse y sabe si el kubotan y la defensa extensible los dan de dotación o hay que hacer un cursillo de treinta horas.

La quinta definición, más bien enumeración, "fuerza, vigor, capacidad, posibilidad, poderío", deja un hilo de esperanza (tenemos fuerza, y también tenemos razón y un poderío que no se puede aguantar), pero una cosa está clara. Un buen amigo me dice a menudo que hay que tomar el poder, y el poder no se toma de manera simbólica, cansando al adversario, increpándole, acampando en la puerta de su casa o rezando tres avemarías. El poder está donde está, y hay dos maneras de conseguirlo: por la fuerza o en las elecciones del 20N. Vamos a sopesar las dos opciones.

Este señor usó la fuerza con razón.
Fidel Castro vive en la Habana.
La fuerza es, aparte de inviable, contraproducente, máxime teniendo en cuenta que ellos tienen todos los medios y nosotros solo carne de cañón, y no mucha. Muy mal tienen que ponerse las cosas para que la gente, así de pronto, se tire al monte, se organice en la Sierra Maestra y tome el Palacio de invierno y el de verano. Además, el principio de no violencia ha sido una constante en este movimiento, decisión sabia (al Dalai Lama le va de vicio) no por principio, sino porque por la fuerza no podemos conseguir gran cosa.

Pero otro principio fundamental, el de no crear ninguna organización política capaz de tomar el poder en las urnas ya que los partidos políticos se corrompen en cuanto obtienen representación y porque no creemos en la democracia representativa, que concentra el poder en personas que luego tienen libertad para aplicar programas, o no, y para cumplir promesas, o no, faculta automáticamente a los de siempre para hacer lo de siempre.

Ya podemos salir el 20N a la calle y llevar a pulso la cruz del Valle de los Caídos al barrio judío de Budapest, plantarnos en calle Génova para desplegar una foto gigante de Leo Bassi o en Ferraz disfrazados de Emilio Botín, que solo daremos un simpático tirón de orejas a nuestros dueños que, con media sonrisa, dirán que prometen escuchar a los jóvenes, que hacen falta solo diez firmas para presentar una iniciativa legislativa popular que tumbarán luego en las Cortes y que ahora el sol sale por Lisboa para luego repartirse la tarta electoral y seguir enriqueciéndose a nuestra costa. Eso, o de repente se vuelven buenos y hacen un referéndum vinculante cada cuatro semanas, se presentan en listas abiertas y ceden el poder al pueblo. Y va a ser que no, ¿verdad?



"Me encanta que los planes salgan bien."
Si alguien tiene un plan maestro, un plan B o un plan nueve del espacio exterior, es conveniente que hable ahora.

Mientras tanto, viva el mal, viva el contrato social y el poder gubernamental. Convocaré elecciones, venderé mis acciones y me iré de vacaciones.
¿Eins?

Sobre las animadoras

¿Quién no quiere salvar a una animadora?
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