Obama, la muerte, Osama y el mar



Estaba en el baño.
Según Barack Obama, "con la muerte de Bin Laden experimentamos la misma unidad que tras el 11 de septiembre". No vamos a repetir todas las obviedades que rodean el asesinato del malo malísimo, del terrorista más buscado, del loco internacional de la yihad, jefe de Spectra, primo del doctor Octopus y, según dicen, del mismo Obama, que hace poco tuvo que enseñar la partida de nacimiento. Un comando de fuerzas especiales de la marina norteamericana asalta la residencia del amo y señor de Al Qaeda, supuesta red de mil manos izquierdas que no saben lo que hace la derecha, cuyo referente ideológico es este millonario saudí ungido por la CIA, curtido en la guerra contra la Unión Soviética, supuesto asesino de miles de personas y que, con perdón, estaba perdiendo comba últimamente, al hilo de las revoluciones de inspiración liberal burguesa (llamadas democráticas) del mundo árabe y musulmán.

Acto seguido, tras asesinar al villano, tiran su cadáver al mar. No nos extraña. Ocurre todos los días.

Un héroe.
Obama, que no es Osama, también ha ido perdiendo enteros desde el mismo momento de ascender al poder. La crisis en todas sus manifestaciones y la campaña de desprestigio de las legislativas han hecho mella en la imagen de un premio Nobel de la Paz con mil frentes bélicos abiertos y capaz de decir que la muerte de un ser humano en Pakistán o de tres mil en las Torres Gemelas beneficia a su pueblo porque lo une. Barack H. Obama. Hache de Hussein. Es curioso que el líder del mundo libre tenga como segundo nombre el apellido del anterior malo maloso planetario, como diría Leire Pajín, o de nuestro querido Sadam. Es llamativo que, durante su mandato, el mismísimo Osama, el villano al que su antecesor, ese otro malvado de mirada perdida, como de simio, y discurso errático, prometió dar caza, ya esté criando plancton. El siniestro Bush junior solo pudo acabar con el enemigo de su padre, mientras que B. Hussein Obama dio la orden de acabar con el de su adversario político. ¿Casualidad?


Las animadoras.

Aparte de lo importante, es decir, una población empobrecida, una economía en caída libre y una hegemonía física y moral que ya pertenece a la leyenda, parece que a Estados Unidos todo le sale a pedir de boca. No es que China pise fuerte. Tiene la bota en el cuello de la supuesta primera potencia mundial desde hace años. Estados Unidos solo mantiene su hegemonía a base de la fama de otros tiempos, como una especie de Imperio Británico de principios del siglo XX, pero, sobre todo, de su ejército. Este hace tiempo que se muestra ineficaz cuando se trata de poner un país patas arriba, o mirando a Washington. Los fiascos de Irak y Afganistán, convertidos en parques temáticos del caos en sus mil y una vertientes, son paradigmáticos.

#OpTunisia.
Justo lo contrario podríamos decir de las revoluciones democráticas (sic.) del mundo árabe. Si el modelo occidental triunfa en el ámbito islámico, Estados Unidos se beneficia de tres formas distintas. En primer lugar, se quita de encima a varios aliados incómodos que de vez en cuando dan problemas, como ya hicieron Sadam y Gadafi en su día. Ser una nación democrática soberana conlleva ingresar en la comunidad internacional, es decir, aceptar las reglas del juego, que son iguales para todos, menos para los que no son iguales. Estados Unidos, paradigma de la ley, la democracia y de la "justicia para todos" (cuando Obama acabó el discurso con esa frase por poco reventamos) ignora los tribunales internacionales y no somete a sus ciudadanos, y aún menos a sus militares, a la justicia universal. Sin embargo, entrar en el club de los demócratas cuesta eso y mucho más.

En segundo lugar, si todo el mundo musulmán asume el modelo americano, China, que es el verdadero adversario, cada vez estará más sola en su posición como economía de mercado sin libertad política ni derechos humanos. Y si el nuevo amo del mundo acaba cediendo, le costará mucho más trabajo mantener la hegemonía económica que se ha labrado a base de esclavitud de facto, capitalismo salvaje y un control del valor de la moneda casi tan férreo como el mismo control político.

Obama.
Por último diremos que, como siempre, el caos da lugar a mil y una oportunidades. No hay nada más rentable que encargarse de la reconstrucción de un país. Con un régimen muy soberano, sí señor, pero inestable, es más fácil abrir nuevas vías para nuevos mercados. La frase de Mao "cuanto mayor es el caos, más cerca está la solución" viene otra vez al caso. Un régimen nuevo es un país nuevo, un poco como la arcilla, y una arcilla que ya tiene casi la forma que desean darle. En este caso, mejor que invadir físicamente, dejan que el trabajo se haga desde dentro. Más barato que una invasión o una operación encubierta, sin ensuciarse las manos más de lo necesario, y sin mala prensa. Solo hay que dejar que las multinacionales, en un entorno libre de impuestos, hagan su trabajo cuando llegue la calma.

Personal army!
Es hora de preguntarse, de nuevo, cuál es nuestro papel en todos estos procesos. Pero esa no es la cuestión. Las revueltas que minan la moral del yihadismo, ahora revitalizado por la supuesta muerte del supuesto referente universal del radicalismo islámico, no son el tema de la semana. Gracias al anuncio del asesinato del genio del mal, el miedo al terrorismo islámico vuelve a estar sobre la mesa. Al Qaeda ha amenazado ya de varias formas a Occidente con grandes atentados si capturan o ejecutan a su líder.

Hay medios que hablan de una excusa perfecta para sacar las tropas de Afganistán. Nos preguntamos si la intención de la Administración de Obama, que sirve a los mismos intereses que la de Bush, no será la contraria. Suenan las alarmas por un posible atentado de alguna célula terrorista. No debemos creer que nos van a permitir llevar pasta de dientes en la bolsa de mano, o que Estados Unidos va a abandonar así como así el mayor productor de heroína del planeta.

Osama.
La muerte de Bin Laden beneficia a Estados Unidos, pero no porque lo una ni porque Obama sea más popular que la semana pasada, sino porque despierta el miedo al enemigo, que parecía no existir, porque el mundo, al final, no es más seguro, y la represalia de la nueva cúpula en la sombra de esa red imaginaria no tardará en tensar la cuerda con un nuevo y audaz atentado de repercusión mediática suficiente para que América tenga que protegernos a nosotros, sus aliados, de una nueva amenaza mucho peor.

Lo interesante es que Estados Unidos, y en especial el señor presidente de voz profunda y pinta de honrado, se apunten tantos y ganen la batalla de los medios y de los hechos consumados cuando no pueden ganar la batalla mediante el capital o la fuerza.

El mar suele ser una metáfora barata de la inmensidad, de lo infinito, de lo eterno, lo inalcanzable, y ha excitado la imaginación de aquellos que no suelen adentrarse en él. Alguien en una de las mil agencias y una agencia de la Administración americana debe de haberse pasado un buen rato mirando al mar.



Y en el mar yace el secreto, dando de comer a los tiburones o, mejor, al plancton, que alimentará a las ballenas, que devorarán los japoneses. En Japón, Osama se unirá a la basura radiactiva de Fukushima, pasará al océano y lloverá sobre Hawai. Así, un Bin Laden mental cumplirá su sueño fingido de un ataque nuclear sobre suelo americano.
¿Eins?

Sobre las animadoras

¿Quién no quiere salvar a una animadora?
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